Siéntete en casa
Una campaña puede cambiar historias de vida


Proyecto de vinculación con la comunidad
UDLA - ACNUR
Nació y vivió en Cali. Tenía amigos, iba a la escuela, jugaba... De pronto, ya no estaba más allí, tuvo que dejar su casa, sus calles, sus parques, para ir a un país que no conocía. A los nueve años tomó el bus que lo trajo a Quito. Han pasado otros nueve luego de esa experiencia, y hoy se siente cómodo en el país que le abrió las puertas.
John (nombre protegido) no ha podido regresar a su país. Dice que lo que más extraña es el calor de su ciudad, pero "acá es bien bacano".
Angy (nombre protegido) también viene de tierra caliente. Es de Medellín y hasta hace dos años iba a la universidad para alcanzar el sueño que se trazó: ser bióloga marina. Nunca pensó tener que huir a un país extraño y no encontrar un lugar dónde vivir. Tiene 20 años, aún sueña con ser bióloga marina y dar a conocer el mundo que existe bajo el mar en Latinoamérica.
"¿Qué harían ustedes si este momento tienen que salir corriendo sin volver a su casa? ¿qué llevarían?" se pregunta Angy mientras recuerda que no tuvo tiempo de pensarlo y cuando se dio cuenta estaba en Ecuador con sus padres y hermanos, durmiendo en el piso.
Jhon no sabía qué pasaba. Escuchaba a su madre decir “nos tenemos que ir”. Luego entendió que sus vidas corrían peligro y que ella quería conservarlas. Viajó a Ecuador junto a su madre, llegaron por tierra, por el puente Rumichaca, y lo que más le sorprendió fue que un policía ecuatoriano le dijera: “Bienvenidos a Ecuador”.
Veía las montañas por la ventana, se imaginaba que todo el país era así, con personas que trabajan la tierra, con el clima frío y un gran paisaje verde. Debía acostumbrarse a este entorno, que se convertiría en su hogar.

Refugiados hablan sobre sus historias de vida
John dice sentirse acogido y feliz en Quito, donde vive desde hace nueve años. Angy sueña con volver a estudiar biología marina en la Universidad.
John y Angy, dos jóvenes que no dejan de soñar

Angy llegó de la misma manera. En el camino dice que la gente se mostró amable, pero que por "ser colombiana, muchos piensan que somos como las personas que salen en las novelas". Al llegar a Quito sabían que habían personas que les iban a ayudar, organizaciones que trabajan a favor de los refugiados. Para ella, lo más indignante fue encontrar dónde vivir: "te escuchan colombiano y te dicen que ya se arrendó, sin embargo, a la siguiente semana, encuentras el mismo anuncio en la prensa", comentó con tono de indignación.
Cuenta que una de las cosas más frustante fue cuando una mujer se mostró dispuesta a alquilarles un departamento, pero al momento de firmar el contrato les pidió un garante. La familia de Angy, sin ningún contacto en el país, no pudo rentar la vivienda.
John no entra en detalles sobre su vida, prefiere sonreír y dar un mensaje de ánimo. Es grafitero y canta-autor. Le apuesta al rap. No le agrada que lo cataloguen como “refugiado”, para él es una palabra que discrimina, que lo hace ver como extraño, ajeno. "Cuando se refieren a mí, me gusta que me digan que soy humano". Enseguida explica su postura, al afirmar que todos somos iguales, sin importar de donde se viene o por qué estamos en esta situación. Actualmente trabaja en el Centro de Arte Contemporáneo en Quito.
Luego de cuatro años, la familia de Angy ha logrado una estabilidad, sus padres tienen trabajo; aunque no pueden ejercer sus profesiones. Ella intenta conseguir trabajo, pero lo que más ansía es que le envíen sus papeles de Colombia para continuar con sus estudios y cumplir su sueño de ser licenciada en biología marina.